En la pintura egipcia, la forma de dibujar la figura humana no era en absoluto realista, sino más bien esquemática. Las imágenes no pretendían retratar al personaje tal y como se presentaba en La vida terrenal, sino más bien captar su «esencia», que, según los egipcios, perduraba después de la muerte.
Ni los hombres ni las mujeres presentaban rasgos físicos característicos de individuos concretos, sino indefinidos, siempre en plena juventud. Los hombres se pintaban convencionalmente de rojo ocre y las mujeres de amarillo ocre. El cuerpo se retrataba de perfil, pero los hombros, el busto y el ojo aparecían en posición frontal.
Las proporciones del cuerpo humano se ajustaban a un canon, es decir, a una serie de reglas basadas en la división de la figura en 18 partes. Según algunos especialistas, la unidad de medida era la altura del talón o la del puño cerrado.