Primeramente, sirviéndose de un gancho de hierro que introducen por las ventanas nasales, extraen el cerebro, pero no en su totalidad, pues una parte de él queda disuelto por las substancias medicinales que se inyectan.
Seguidamente, con un afilado cuchillo de piedra cortante de Etiopía se practica al cadáver una incisión en el flanco y le sacan las vísceras. Y cuando se las han limpiado y rociado con vino de palma, las pulverizan con especias molidas.
Luego rellenan el vientre con mirra pura triturada, finísima casia y toda clase de sahumerios, excepto incienso, y lo vuelven a coser.
Después lo sumergen en un recipiente lleno de natrón (una solución de carbonato sódico), dejándolo allí por espacio de setenta días, pero no más, pues de lo contrario la sosa atacaría demasiado la carne.
Pasado este tiempo se saca de nuevo el cuerpo, lo lavan bien, y le llenan el vientre con serrín de madera.
Los operadores juntan fuertemente las piernas del cadáver, lo cruzan de brazos, procediendo acto seguido a envolverlo totalmente, cara inclusive, con un sin fin de vendas impregnadas de goma que los egipcios usan generalmente en lugar de cola.
Entonces los deudos se llevan el cadáver a casa y lo meten dentro de un ataúd de madera de forma humana, y cuando ya está dentro del féretro, lo arriman de pie contra la pared en la habitación del difunto.